"¡Él es buenito!"
Cuando yo era niño tenÃamos un gran perro marrón que se llamaba Tupi. Todos tenÃan un cierto temor de él, pero Tupi no era de morder a nadie. Es decir: no mordÃa a nadie con tal de que no fuese tocado. ¡Exactamente! Tupi no soportaba que le pongan la mano encima. ¡Ni siquiera sus dueños!
Un dÃa un señor vino a casa para arreglar la refrigeradora. Cuando él llamó en la puerta, mi madre me dijo: "Ve atender. Si es el técnico, dile que puede entrar". Hice lo que mi madre mandó y el hombre entró en el patio. Al verlo, Tupi rápidamente se acercó y se puso a rodearlo.
El hombre, queriendo ser educado, pasó la mano sobre la cabeza del perro. Inmediatamente le alerté: "¡No haga eso! ¡No lo toque!" Sin embargo, el hombre respondió: "¡No pasa nada! Él es buenito. ¿Eres buenito, eh perrito?". Y nuevamente colocó la mano sobre la cabeza del animal.
Yo estaba casi sin aliento. SabÃa lo que iba a suceder. Y no fue necesario argumentar por mucho tiempo... En un movimiento brusco y traicionero, Tupi mordió la mano de nuestro visitante. ¡Su ataque fue tan rápido que llegó a morder dos veces antes de que el hombre retirase la mano! La sangre corrió en abundancia y el técnico, asustado, se fue para nunca más volver.
Como TupÃ, asà es el pecado que nos rodea; se acerca sin gruñir, sin mostrar los dientes, sin amenazar. Al principio nos quedamos un poco recelosos, pero después decimos: "¡Ah, él es buenito!" Asà que, a pesar de todas las alertas de la Palabra de Dios, extendemos la mano y tocamos lo que es malo. Y peor: lo abrazamos y besamos. Entonces, de repente, sin tener tiempo para defendernos, el pecado nos hiere, clava sus dientes en nuestra vida y la hace sangrar.
¿Por qué somos tan tercos? ¿Por qué no oÃmos diligentemente lo que Dios dice en su Palabra? ¿Por qué tenemos que ser mordidos para aprender la lección? ¡La historia de Tupi se repite siempre en nuestra vida y eso tiene que acabar! Oigamos de inmediato el alerta de Dios que dice: "Aléjense de toda forma de mal" (1Ts 5.22).
Pr. Marcos Granconato
Soli Deo gloria