Quinta, 07 de Novembro de 2024
   
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Las Lecciones de Caín y Abel

La historia de Caín y Abel está narrada en Génesis 4. En ella vemos que estos dos hermanos ofrecieron sacrificios a Dios que sólo aceptó la oferta de Abel, pues Caín guardaba en su vida cosas que desagradaban al Señor. El texto menciona que, movido por el rencor y la envidia, Caín invitó a su hermano para ir al campo y allí, traicioneramente, lo golpeó y mató. Dios reprendió entonces al hermano asesino y lo condenó a vivir como un fugitivo, protegiéndolo, con todo, de ser también asesinado.

Hay tres lecciones importantes que podemos extraer de la historia de Caín y Abel. La primera de ellas se refiere al requisito básico para que el culto de alguien sea aceptado por Dios. De acuerdo con el relato bíblico, Caín también sería aceptado si abandonase su pecado (Gn 4.7), lo que muestra que la pureza del corazón del adorador está por encima de la grandeza o pompa de sus rituales religiosos.

Otra lección se refiere a los métodos utilizados por los malos para destruir a los siervos de Dios. Caín se acercó a Abel amigablemente y le hizo una invitación agradable. "Vamos al campo", le dijo (Gn 4.8). Una vez en el campo, Caín recurrió a la violencia y mató a su propio hermano. La aproximación amigable y la violencia abierta fueron los medios de ataque utilizados por Caín que establecieron precedentes que perduran a lo largo de los siglos. Hasta la fecha, siervos de Dios tienen sus vidas destruidas porque ingenuamente aceptaron invitaciones amigables y aparentemente inofensivas de personas que vivían en el pecado. Otros sufren bajo la segunda estrategia, la violencia abierta, y son perseguidos y odiados por el simple hecho de agradar a Dios en su vida diaria.

La última lección se refiere a la división de la humanidad en dos tipos de ciudadanos. De hecho, Caín fundó la primera ciudad de la que se tiene noticias (Gn 4.17) y se convirtió en el símbolo de aquellos que pertenecen a este mundo y tienen aquí su corazón y sus tesoros. Abel, a su vez, también fundó una ciudad. Él fue el primer personaje bíblico que partió para el Reino Celestial. Fue la primera alma humana en ir al cielo, la morada de los salvos (véase Hb 11.4, 16), precediendo a todos aquellos que, por la fe en Jesús, tienen la ciudadanía celestial (Flp 3.20).

Es así cómo la historia de estos dos hermanos nos habla todavía hoy. Por ella somos desafiados a adorar a Dios con pureza y fe; a tener cautela con quienes viven en el pecado; y a vivir hoy como ciudadanos de una patria inaugurada hace mucho tiempo y que nos espera con sus portones abiertos.

Pr. Marcos Granconato
Soli Deo gloria

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