Las Lecciones de CaÃn y Abel
Hay tres lecciones importantes que podemos extraer de la historia de CaÃn y Abel. La primera de ellas se refiere al requisito básico para que el culto de alguien sea aceptado por Dios. De acuerdo con el relato bÃblico, CaÃn también serÃa aceptado si abandonase su pecado (Gn 4.7), lo que muestra que la pureza del corazón del adorador está por encima de la grandeza o pompa de sus rituales religiosos.
Otra lección se refiere a los métodos utilizados por los malos para destruir a los siervos de Dios. CaÃn se acercó a Abel amigablemente y le hizo una invitación agradable. "Vamos al campo", le dijo (Gn 4.8). Una vez en el campo, CaÃn recurrió a la violencia y mató a su propio hermano. La aproximación amigable y la violencia abierta fueron los medios de ataque utilizados por CaÃn que establecieron precedentes que perduran a lo largo de los siglos. Hasta la fecha, siervos de Dios tienen sus vidas destruidas porque ingenuamente aceptaron invitaciones amigables y aparentemente inofensivas de personas que vivÃan en el pecado. Otros sufren bajo la segunda estrategia, la violencia abierta, y son perseguidos y odiados por el simple hecho de agradar a Dios en su vida diaria.
La última lección se refiere a la división de la humanidad en dos tipos de ciudadanos. De hecho, CaÃn fundó la primera ciudad de la que se tiene noticias (Gn 4.17) y se convirtió en el sÃmbolo de aquellos que pertenecen a este mundo y tienen aquà su corazón y sus tesoros. Abel, a su vez, también fundó una ciudad. Él fue el primer personaje bÃblico que partió para el Reino Celestial. Fue la primera alma humana en ir al cielo, la morada de los salvos (véase Hb 11.4, 16), precediendo a todos aquellos que, por la fe en Jesús, tienen la ciudadanÃa celestial (Flp 3.20).
Es asà cómo la historia de estos dos hermanos nos habla todavÃa hoy. Por ella somos desafiados a adorar a Dios con pureza y fe; a tener cautela con quienes viven en el pecado; y a vivir hoy como ciudadanos de una patria inaugurada hace mucho tiempo y que nos espera con sus portones abiertos.
Pr. Marcos Granconato
Soli Deo gloria