La Noche de la Carne
Desde el fatÃdico dÃa en que Adán cayó en transgresión, toda la humanidad fue arrojada en el recinto oscuro del pecado, no pudiendo contemplar la gloria resplandeciente de Dios (Rom 5.12). Tanto asà que, cierta vez, cuando el Señor descendió en el SinaÃ, los israelitas quedaron tan aterrados con aquella visión que temieron por su propia vida, suplicando que Moisés se interpusiese entre ellos y aquel Dios tan grandioso (Ex 20.18-21). Es que, como fue dicho, los ojos humanos, debilitados por las tinieblas de la naturaleza corrupta, no pueden mirar el rostro de Dios sin ser acosados por el terror más intenso.
Esta fue una de las razones por las cuales Dios, cuando quiso revelarse plenamente, se hizo hombre y vino aquÃ. Nuestros ojos no podÃan contemplar directamente el sol brillante de la gloria divina. Por eso, el Hijo se manifestó a nosotros envuelto en la noche de la carne. Entonces, la gloria de Dios fue vista por los hombres (Jn 2.11). Mas no en medio de truenos y nubes flamantes, sino en el rostro sudado de un carpintero (2Cor 4.6) que enseñaba al pueblo humilde en las calles, plazas y hasta en las colinas; que aliviaba milagrosamente la carga de los débiles, tristes y enfermos; que, finalmente, sangró por nuestra redención (Ef 1.7).
Por tanto, fue en humillación amorosa que Dios mostró su gloria a los hombres que vivÃan en las tinieblas, enseñando asà a los que le temen que esa es la "grandeza" que ellos deben buscar y demostrar al mundo.
Pr. Marcos Granconato
Soli Deo gloria