Terça, 23 de Abril de 2024
   
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¿Aprisco o Chiquero?

La iglesia cristiana, en sus comunidades locales, ha sido invadida en la actualidad por personas que nunca conocieron la nueva vida que Cristo da. Cada día que pasa, iglesias antiguamente celosas de la conducta de sus miembros se dejan infiltrar por personas que nunca probaron el verdadero arrepentimiento y jamás mostraron ninguna evidencia de la transformación que viene de la fe verdadera.

El intento de los incrédulos de participar de la iglesia no es novedad. Siempre fue así. En todas las épocas, por razones que la lógica humana no consigue explicar, personas de baja índole moral, teniendo una fe fingida, siempre quisieron formar parte de la lista de miembros de iglesias serias. El porqué de esto es un misterio intrigante y tal vez la explicación esté en el trabajo de Satanás, que siempre intenta plantar cizaña en medio del trigo (Mt 13.24-30). Sin embargo, cualquiera que sea la fuente del problema, el hecho es que el cuadro se ha visto agravado y esto por razones que ningún siervo de Cristo puede tolerar.

Sí, las razones del por qué ha crecido la presencia de incrédulos de la peor especie en las iglesias son inaceptables. Una de ellas, quizá la más común, es el mensaje propagado por muchos pastores de que la iglesia debe abrir sus puertas para todos, sin excepción. Este discurso parece amoroso y lleno de compasión, pero es falso, habiendo nacido en el corazón del diablo para destruir al pueblo de Dios. De acuerdo con la Biblia, la iglesia debe abrir sus puertas para todos los arrepentidos (2Cor 2.5-8). Si no existe este criterio, ella acogerá en su seno la vieja levadura del pecado, capaz de fermentar toda la masa (1Cor 5.6-8). Para saber cuáles son las evidencias proporcionadas por el verdadero arrepentido, deben observarse textos como Proverbios 28.13; Lucas 19.8 y 2 Corintios 7.11. Sólo quien demuestra lo que es señalado en estos textos debe ser acogido en la iglesia. Los demás no pueden ser recibidos.

Otro discurso que parece piadoso es que la iglesia tiene que ser paciente y tolerante con los malos, tratándolos con cariño y esperando que, con eso, un día ellos muden de vida. Nada, sin embargo, está más lejos de la enseñanza apostólica. En verdad, Pablo enseña que personas malas que se muestran obstinadas e incorregibles deben ser expulsadas de la iglesia (1Cor 5.2, 13). Él explica que esto debe hacerse porque tolerar este tipo de gente en el rebaño de Cristo implica destruir la santidad y la legitimidad de la iglesia (1Cor 5.7), además de revelar en los creyentes un grado de insensatez propia de los impíos a quienes no les importa el deber de juzgar entre el bien y el mal (1Cor 5.12).

Lamentablemente, en estos discursos de "compasión, paciencia y amor", muchos líderes actúan como el pastor de la iglesia de Tiatira y toleran varias "Jezabel" en su medio. (Ap 2.20). Debido a esto, se ven miembros de iglesias que son estafadores, ladrones, tramposos, traidores, calumniadores, mentirosos, pedófilos, fornicadores, adúlteros, homosexuales y traficantes. Se trata de personas que nunca abandonaron su podrido estilo de vida. Con todo, son recibidos sin reservas y a veces con aplauso en las iglesias a que llegan, permaneciendo allí durante muchos años, tolerados "en nombre del amor". Peor aún, si una iglesia bíblica, después de mucho esfuerzo inútil por recuperarlos, finalmente los expulsa como el propio Jesús enseña (Mt 18.15-17), pronto es tachada de ruin y atacada con ferocidad, como si el santo trabajo pastoral de preservar el rebaño de Cristo de la invasión de lobos infames fuese la iniquidad más absurda.

Es triste ver este cuadro. Es triste porque revela que el anhelo por una iglesia numerosa hace con que, gradualmente, las orientaciones claras de la Biblia queden de lado. Es triste porque el amor, no por los hombres, sino por el aplauso de los hombres, va transformando lentamente apriscos en chiqueros, donde cerdos travestidos de ovejas muestran al mundo un cristianismo banal que no muda a nadie.

Que Dios proteja a su pueblo y levante pastores sabios, deseosos de proteger el rebaño de Cristo; sí, pastores capaces de distinguir entre el temor a Dios y el fingimiento, entre la confesión cristiana y la jerga pronunciada mecánicamente por impostores, entre el arrepentimiento dado por el Espíritu y la disimulación cínica que sólo busca evitar molestias. En fin, que el Señor conceda a los suyos aquel entendimiento que no se encuentra en los libros, pero que capacita para distinguir entre el balido de los corderos que necesitan ser amparados y el gruñido de los lechones que deben ser expulsados.

Pr. Marcos Granconato
Soli Deo gloria

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