Quinta, 28 de Março de 2024
   
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Era Una Vez Una Iglesia

Era una vez una iglesia. En ella había un hermano llamado Irlandino. Se trataba de uno de los miembros más antiguos y era muy serio y respetuoso. Hombre de mediana edad, con gafas de gruesos lentes y un harto bigote, siempre luciendo saco y corbata, Irlandino inspiraba, incluso por su seria apariencia, la confianza en todos. Por eso, ocupaba el cargo de tesorero de la iglesia y los hermanos lo respetaban mucho.

 

Un día el hermano Irlandino ¡desapareció! Y no desapareció solito: ¡Llevó con él una amante y todo el dinero de la iglesia! Todos quedaron sorprendidos. Pero, ¿qué se iba a hacer sino lamentar lo sucedido?

 

Después de algún tiempo, el hermano Irlandino volvió. Y volvió solito. Ni el dinero que había robado trajo de vuelta. De hecho, él no volvió para devolver ningún dinero, ni siquiera para pedir perdón a la iglesia. Volvió solamente para, digamos, rever a los viejos amigos.

 

Al llegar a la iglesia nadie tocó en el asunto de su pecado. Antes, todos le sonrieron y le dieron abrazos; se sentaron con él en la cafetería y conversaron sobre los más divertidos asuntos, haciéndole sentir como en casa. Los creyentes más antiguos decían que eso era perdón (como si el perdón fuese a tolerar el mal de quien no se arrepiente y lo deja sin corrección). Los creyentes más jóvenes quedaron con la impresión de que el pecado no es cosa que se lleve muy en serio. Y los jóvenes y niños percibieron que era posible hacer el mal y todo continuar bien.

 

“¿Arrepentimiento? ¿Para qué?” - pensaba Irlandino. “¿Vergüenza? ¿De qué? Después de todo, ¡es como si nada hubiera pasado!” Y las cosas continuaron así hasta que Irlandino murió.

 

¿Murió? Sí. Pero Irlandino no murió completamente. Los nuevos creyentes, carentes de temor, se tornaron irlandinos. Los jóvenes y niños, ahora en la edad adulta, viendo cómo el pecado era tratado allí, también se tornaron irlandinos. Los creyentes más antiguos "perdonaban" a todos y en la iglesia era sólo fiesta y sonrisas. Entonces... era una vez una iglesia...

 

Pr. Marcos Granconato
Soli Deo gloria

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