Sexta, 29 de Março de 2024
   
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Fidelidad y Felicidad en el Matrimonio

Para que el hombre tenga una sana convivencia con sus semejantes, es necesario que imite a Dios en todas sus relaciones. Por ejemplo, si quiere ser un buen padre, debe descubrir cómo son los actos paternos de Dios y, en la medida de lo posible, tratar de reproducirlos en el trato con sus hijos; si pretende ser un hijo ejemplar, debe descubrir cómo la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, actúa en relación con el Padre y, tanto como pueda, hacer lo mismo en el trato con sus padres. De igual forma, el hombre que quiere ser un buen jefe debe tener como modelo la manera cómo Dios lidera y, en lo posible, imitarlo. Asimismo, el empleado que aspira a la excelencia debe adoptar el modelo de comportamiento de Dios, especialmente cuando el Señor actúa como un siervo en la Persona de Cristo.

De esta manera, los innumerables consejos sobre cómo debe actuar el creyente en el trato con los demás, tal vez se puedan resumir en uno: trate de, en el desempeño de sus funciones, imitar a Dios. Ahora bien, uno de los roles sociales más importantes que la gran mayoría de las personas desempeña es el de cónyuge, quedando entendido que aquí también la única manera de actuar bien es tener a Dios como modelo.

Sin embargo, es evidente que, para ello debemos descubrir en la Biblia cómo Dios actúa cuando se manifiesta como cónyuge. Y no cabe duda de que el Señor se muestra así algunas veces, considerando a Israel como su "novia" y revelando actos y actitudes que las parejas cristianas deben imitar si quieren probar un mayor grado de realización y alegría.

De hecho, el Santo Esposo trabaja por el bien de su "novia" Israel. Él la libra, cuida de ella y la protege. Él también la amonesta y corrige, anhelando la paz y la unidad en el "matrimonio". Cuando se da cuenta que Israel le abandonó, el Novio Celestial lamenta angustiado (Jer 2).

¿Que induce al Señor a actuar así? La virtud que subyace a todas las acciones santas y justas de Dios en el trato con su novia Israel es la fidelidad. Esta fidelidad, sin embargo, no es solamente la ausencia de traición contra el otro, sino también el mantenimiento del compromiso asumido en los términos en que fue asumido, pase lo que pase (Sal 106.43-45; Is 54.5-10; Os 1.2-11; 2.13-23; 3.1, etc.).

Esta es la forma de fidelidad que debe marcar la relación de las parejas cristianas. Va más allá de la lealtad a la persona, extendiéndose a la lealtad al pacto establecido en el matrimonio. Siendo esa la forma de fidelidad del Cónyuge Divino, todos los maridos y esposas creyentes deben buscar imitarla si quieren vivir bien.

De hecho, en la relación de Dios con su pueblo, la fidelidad al pacto es la única base para la felicidad, siendo claro en el texto sagrado que las causas de las constantes desgracias, angustias y frustraciones de Israel radican en el hecho de la nación haber dejado de ser leal al compromiso asumido con el Esposo Supremo. Asimismo, las causas de la infelicidad en el matrimonio residen en el abandono de la fidelidad a los términos de la alianza que un día los cónyuges asumieron entre sí.

¿Por qué entonces hay tantas peleas, tristezas, barreras, frustraciones, adulterios y separaciones entre las parejas cristianas? Porque los maridos y las esposas dejaron de ser leales al pacto matrimonial. Ese pacto establece las obligaciones de cada parte en la sociedad conyugal, obligaciones consolidadas en textos como Efesios 5.22-33 y 1Pedro 3.1-7. Muchos, sin embargo, contraen matrimonio sin conocer estas obligaciones (como quien firma un contrato sin leer sus cláusulas) o, incluso conociéndolas, las desprecian. El resultado inevitable de esta infidelidad al pacto es un matrimonio infeliz. ¡Esto es lo que pasa cuando no se imita la lealtad de Dios!

La triste contradicción de estas verdades es que es perfectamente posible que un hogar esté libre de adulterio, agresión física y divorcio y, aun así, los esposos estén infelices dentro de él. Sí, pues la fidelidad de Dios que las parejas deben imitar para un hogar feliz no es sólo la fidelidad al lecho conyugal, sino también el fiel cumplimiento de los términos de la alianza hecha con el otro, cada uno cumpliendo celosamente los deberes del santo compromiso asumido. Ciertamente, el camino a la felicidad en el matrimonio es también el camino de la fidelidad al pacto. Todas las parejas que sigan caminos diferentes experimentarán tristes frustraciones y tal vez pasen la vida fingiendo que están bien, sólo para mantener las apariencias.

Pr. Marcos Granconato
Soli Deo gloria

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