Sexta, 19 de Abril de 2024
   
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Pasaporte Diplomático

Hace poco leí un artículo sobre el hecho de que algunos líderes religiosos han recibido pasaportes diplomáticos del gobierno brasileño que, hasta entonces, eran exclusivos de presidentes, ministros y, por supuesto, diplomáticos.

El caso es que uno de esos líderes religiosos, apoyado por diputados ligados a su iglesia, quiso embarcar en uno de sus jets privados sin pasar por los trámites normales de la aduana. El artículo decía que él pretendía llegar al aeropuerto en helicóptero e ir directamente a su jet. Ante las objeciones de los funcionarios federales, el líder religioso dijo que podría recibirlos en su avión. Toda esta audacia y despropósito se hicieron sobre la base de supuestos derechos concedidos por el pasaporte diplomático.

Las Escrituras enseñan que los creyentes también son diplomáticos. Son los ciudadanos de la "patria celestial" (Flp 3.20), fueron enviados a este mundo por nuestro Señor (Jn 17.18; 20.21) y tienen la responsabilidad de representar y divulgar los intereses y el carácter del Reino al cual pertenecen (Hch 1.8).

Sin embargo, la diferencia sobresaliente entre los diplomáticos políticos y los diplomáticos de Cristo es que los primeros poseen un pasaporte que les da diversos derechos, mientras que los últimos poseen uno (la Biblia) que les reviste de deberes y responsabilidades. Si alguien puede abusar del poder de representar a un país terrenal, lo mismo no ocurre en relación a la patria celestial.

La Palabra de Dios nos enseña que, como representantes de Cristo, debemos estar siempre preparados para predicar las buenas nuevas de salvación (1Cor 9.16; 1Pe 3.15), anunciar la identidad de nuestro Dios (Hch 10.42) y aceptar la carga de representar a nuestro Señor en un mundo que lo desprecia (Jn 17.14 cf. 2Tm 4.6).

Haciendo esto cumpliremos nuestro deber para con nuestro Rey y lo haremos a la altura de nuestra función. Al final, sabemos que, como los diplomáticos terrenales, nosotros también seremos recibidos en casa con todos los honores por aquel que nos envió (2Tm 4.7,8).

Pr. Thomas Tronco

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