Una certeza inolvidable (2Tm 4.8)
Fue triste acompañar su difícil jornada desde las primeras internaciones hasta el día de su muerte, viendo cómo la enfermedad, poco a poco, lo consumía.
Fue también con un nudo en la garganta que realicé su culto funerario, junto con sus familiares y algunos hermanos de la iglesia, recordando su amistad, simpatía y firmeza en la fe.
Algo, sin embargo, en esos últimos capítulos de la historia del hermano Henos, llamó mi atención y me dejó contento. Fue en una visita que le hice cuando estaba internado en un hogar de ancianos. Fui a verlo acompañado del hermano Kinw y ambos quedamos perplejos al darnos cuenta del estado en que él se encontraba.
Henos estaba extendido en una silla, solito, en la esquina de una gran sala. Nos acercamos y comenzamos a hablar con él. Le pregunté si sabía quién era yo, cuántos hijos él tenía y cómo estaba su esposa. No recordaba nada. Entonces, le pregunté si él era creyente. Inmediatamente se irguió en la silla, fijó su mirada en mí y dijo: “¡Sí, soy creyente!” Percibiendo esa nueva vivacidad, continué: “¿Si usted muriese ahora, para dónde iría su alma?” Respondió sin vacilar: “Al cielo”.
Hay cosas que nada ni nadie, en este mundo, nos pueden quitar. La enfermedad hizo con que nuestro hermano olvidase su esposa, sus hijos y su pastor, pero no pudo borrar de su corazón la certeza más importante que alguien puede tener: la certeza de la salvación.
¿Y usted, ya posee esta certeza inolvidable?
Pr. Marcos Granconato
Soli Deo gloria