Jesús me Libertó de las Tinieblas
Una tarde doña Ruth estaba sola, sentada en la terraza de su casa, pensando en la vida. Entonces, a la distancia oyó un himno que provenía de una pequeña iglesia bautista no muy lejos de allí. La letra o la melodía del himno se perdieron en su memoria, pero incluso en el final de su vida ella recordaba que aquella música despertó en su corazón un inmenso deseo de conocer a Dios de verdad.
Algunos días después doña Ruth volvió a misa. Mientras que el padre hablaba, su atención se desvió para su pobre condición espiritual. A su alrededor, el ambiente triste, oscuro y sombrío de la iglesia era un retrato de su propio corazón. Entonces ella empezó a llorar y clamó a Dios diciendo: “¡Señor, líbrame de las tinieblas!”.
Ella insistió en esa súplica por mucho tiempo y el buen Dios la escuchó.
En ese día doña Ruth salió de la iglesia católica para nunca volver. Curiosa, fue a presenciar el culto de la iglesita bautista que cantaba alto y allí, después de la predica de un pastor aún principiante, se entregó a Cristo, quedando para siempre libre de las tinieblas (Jn 8.12).
Cuando el Sr. Luís tocó a su puerta nuevamente para recoger la contribución de la parroquia, ella le dijo: “Yo no voy a participar más de eso. Ahora soy una creyente. Jesús me libertó de las tinieblas”.
Doña Ruth murió a la edad de 84 años, víctima de una grave enfermedad. Todos los huesos de su cuerpo fueron corroídos por un terrible cáncer. Antes de morir, fui a visitarla en su casa y le pregunté: “Cuando la noche llega y se queda solita pensando en su estado, ¿usted siente miedo?”. Ella fijó sus cansados ojos en mí. La melodía de la antigua iglesita estaba en ellos. Entonces, serenamente respondió: “Pastor, yo no sé lo que es el miedo. Soy una creyente. Jesús me libertó de las tinieblas”.
Pr. Marcos Granconato
Soli Deo gloria