Sexta, 29 de Março de 2024
   
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Los Viejos Pecados de los Viejos

“Sólo los fuertes envejecen. Los débiles mueren en medio del camino”. Quien decía esto era mi abuelito y, claro, él decía esto estando ya viejo. Tal vez él tenía razón: las personas de edad avanzada demuestran, hasta cierto punto, que pudieron sobrevivir a las enfermedades, peligros y reveses de la vida, llegando (más o menos) de pie al tiempo de las canas.

Es posible que, en muchos casos, eso incluso revele virtudes. Perseverancia y coraje tal vez hayan sido los componentes de la fórmula que mucha gente usó para llegar a la vejez, sin entregarse al desánimo suicida en que varias personas son lanzadas cuando pasan por problemas difíciles o grandes frustraciones.

Sea como fuere, si el anciano es, en muchos casos, un campeón, la verdad es que, según la Biblia, los cabellos blancos no protegen a nadie de desvíos vergonzosos. La edad avanzada, muchas veces, hasta es la causa de estos mismos desvíos.

Conforme he observado, uno de los pecados de la tercera edad es la creación de prerrogativas imaginarias, o sea, la idea nutrida por algunos ancianos de que, con el pasar del tiempo, adquirieron ciertos derechos exclusivos e inviolables.

Así, esposas ancianas muchas veces creen que, por tener cincuenta años de casadas, están libres del deber de someterse a su esposo. De la misma manera, esposos ancianos piensan que no tienen más la obligación de amar a su esposa y tratarla como a vaso más frágil. En el fondo del corazón estas personas creen en la ilusión de que la edad avanzada les concede el privilegio de relacionarse con su cónyuge de la forma como mejor les parece, sin tener que ser enseñadas por nadie, ¡ni siquiera por el apóstol Pablo!

Otros ancianos creen que el pasar de los años les concedió el derecho de decir lo que quieren, a quien quieren y de la forma que quieren. Entonces, se vuelven personas desbocadas y sin recato, siempre creando constreñimientos y revelándose agresivas cuando son censuradas por hablar de tal o cual manera.

La lista de derechos imaginarios creados por algunos ancianos es extensa, pero la invención de prerrogativas tal vez no sea la tentación más peligrosa que ronda el corazón de los ancianos. De hecho, en la Biblia hay otro peligro mucho más serio - un error que ni el más sabio entre los hombres fue capaz de evitar. Se trata de la laxitud de los principios, de la pérdida de firmeza en la defensa de la fe, la verdad y la justicia, de bajar la guardia delante del mal moral en otro tiempo defendido con tanto vigor y firmeza.

El propio Salomón sucumbió en este punto. La Biblia dice: “Cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres le inclinaron el corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era ya perfecto para con Jehová, su Dios, como el corazón de su padre David” (1R 11.4). El texto prosigue diciendo que Salomón se desvió totalmente de los caminos de Dios, ¡llegando a construir altares a dioses paganos, además de ofrecerles incienso!

Al parecer, para algunos ancianos,  el viejo y largo camino de la verdad puede tornarse monótono, la defensa de la Palabra de Dios puede parecer inútil o irrelevante en un mundo que nunca mejoró, y el pecado, para alguien que anduvo tanto tiempo en una tierra dominada por él, puede parecer natural, algo con lo que debemos conformarnos, aceptando las cosas como son. Entonces, se baja la guardia, desaparecen las palabras de desaprobación delante de la iniquidad y un consentimiento sereno se apodera de todo: ¡tal vez la pareja de ancianos hasta le dé las “felicitaciones” a la nieta que quedó embarazada de su enamorado!

El tiempo puede enfriar la pasión por la justicia y, en el corazón cerrado a todo tipo de perversidad, pueden surgir grietas debido a los ataques que vienen de los discursos constantes y persistentes de los malos.

Sí, tal vez mi abuelito tenía razón y, de hecho, solo los fuertes envejecen. Para nosotros, sin embargo, eso tiene poca importancia, pues, si la fuerza que nos lleva a la vejez no es capaz de nutrir la firmeza de nuestra fe y valores, entonces, tal vez, lo mejor sea morir bien joven.

Pr. Marcos Granconato

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