Sexta, 19 de Abril de 2024
   
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¿Infancia Perdida?

El estado de Mato Grosso do Sul está conmocionado por dos noticias que circularon en la prensa esta semana. La primera de ellas es que una niña de apenas diez años de edad fue violada por dos muchachos, uno de catorce años y otro de once. La segunda noticia, tan extraña y absurda como la primera, es que una joven de 21 años también fue violada. Aunque, a primera vista, parece una noticia común para nuestros días, el violador en cuestión no es más que un niño de tan sólo doce años.

El creciente número de jóvenes actuando en el tráfico de drogas, robos a mano armada, golpes, secuestros y otros delitos, han hecho a la sociedad y a los políticos discutir la posibilidad de reducir la edad de responsabilidad penal para dieciséis años. Pero nótese bien, si eso ocurriera, ninguno de estos tres pequeños violadores se vería afectado por la nueva ley.

Frente a tal situación inesperada y al mismo tiempo horrenda, la pregunta que muchos se hacen es: “¿Cómo niños tan jóvenes pueden actuar como los adultos más malvados y pervertidos que existen?”. Aunque la pregunta sea resultado de una situación que no fue soñada ni por los peores pesimistas, sus respuestas no son tan difíciles de descubrir.

En primer lugar, la familia dejó de ser defendida, tanto por las autoridades públicas, que facilitaron al extremo la separación de las familias tantas veces cuanto se desee, como por la iglesia, que dejó de enseñar los valores familiares y llegó a hacer la "vista gorda" ante los innumerables casos de divorcio, algunas alegando incluso que el matrimonio es un acuerdo que, como un contrato de arrendamiento, puede romperse en cualquier momento.

Por otro lado, la llamada "psicología moderna", contrariamente a todo lo que las Escrituras enseñan, aboga por una educación en la que el niño no es reprendido por sus errores ni oye "no" de los padres. Siguiendo estos principios, las escuelas dejaron de exigir "enfáticamente" un patrón de comportamiento respetuoso hacia los profesores. De esta manera, cualquier noción de respeto a la autoridad está lejos de la mente de los niños.

Completando este feo cuadro, la televisión no tiene ningún criterio, aparte del lucro, para exhibir los programas que serán vistos por los niños. Así, los héroes de las novelas son alborotadores y adúlteros. Las películas están llenas de violencia y sensualidad, por no decir inmoralidad. Algunos dibujos animados tienen como único tema la violencia, mientras que otros tienen como héroes algunos tipos que representan perfectamente la figura de "vagabundo", "mentiroso" y "embustero". Incluso en juegos de videogame la enseñanza es destructiva, pues hay juegos en los que el niño aumenta sus puntos si mata, roba o viola a alguien.

Esta situación es tan amplia que, como iglesia, poco podemos hacer de efectivo en el ámbito social. Pero ¿y entre nosotros? ¿Y en relación a nuestros niños y jóvenes? ¿Se puede hacer algo? Sí.

Debemos, en principio, estar atentos a la tendencia de la juventud cristiana de dar prioridad a la diversión en perjuicio del aprendizaje. Para muchos, planos de divertimiento valen más que estudios bíblicos; modernas estructuras físicas valen más que comunión entre hermanos; y la satisfacción de intereses personales vale más que el arrepentimiento de los pecados y un nuevo camino dirigido por Dios.

Con el fin de evitar tales cosas, la iglesia debe, en primer lugar, aceptar que las Escrituras son la enseñanza perenne, procedentes de Dios, para guiar a su iglesia. A continuación, aplicar sus enseñamientos mostrando al niño como andar (Dt 6.6,7; Pr 22.6; Ef 6.4), asistir a los cultos (2Cr 20.13; Neh 12.43), respetar y obedecer (Ef 6.1-3). En tercer lugar, pero no menos importante, corregir los errores de los niños y jóvenes con amor, pero también con firmeza y seriedad (Hb 12.9).

Si la iglesia y los padres creyentes se omitieren en esta tarea santa y fingieren que enseñan a sus hijos, mientras que ellos fingen que aprenden, estamos cada vez más cerca de leer en los periódicos tristes noticias al respecto, no de hijos ajenos, sino de nuestros hijos.

Pr. Thomas Tronco

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